31 ene Fue bonito mientras duró
Es tan corto el amor y es tan largo el olvido… (Pablo Neruda)
Juan Boinas
Cuando celebramos San Valentín celebramos la cosa del amor. Nos reflejamos en los escaparates cursis de lazos rojos y corazones de helio y así nos da la sensación de que ya hemos cumplido. El amor, a veces, se conforma con muy poco: un ramo de flores, un bombón relleno, dos o tres palabras presuntuosamente acabadas en “-ito”.
En San Valentín, el amor se celebra muy rápido. Quizás por eso nadie se acuerda de brindar por una de sus etapas más importantes: el desamor. A veces no hay nada más romántico que un “ahí te quedas”. Un “mejor así”. Porque en ocasiones, para preservar el cariño lo mejor es dejar de despertarse juntos. Cuanto antes. Evitar verse despeinado y dejar de forzar el típico beso con mal aliento. Zanjar de un golpe el “me da igual porque te quiero”.
Menos mal que en el proceso de ruptura siempre aparece el vino. No para ahogar las penas -eso es una estupidez que inventó algún cobarde – sino para reflexionar. Tener una copa de vino delante, aunque no la bebas, te templa. Hay quien lo hace con una menta poleo (o medio Alprazolam) pero todos sabemos que es mucho menos cinematográfico y un adiós así o se funde en negro lentamente o no vale la pena. Yo siempre uso el vino de la etiqueta rosa para estas cosas. El Rectoral de Amandi es un mencía que marida perfectamente con el cálculo; sirve para cavilar e intentar resolver el “por qué”. Y casi siempre, cuando el amor ha sido de los de verdad, el “por qué” es el respeto. Hay que romper para seguir saludándonos.
Este San Valentín, vamos a brindar lentamente por el desamor. Vamos a disfrutar de la ruptura mientras podamos porque, cualquier noche, volverás a pensar en mi. Y responderé al mensaje volando, marcando la cita cuanto antes, con el corazón inflado de nuevo contenido.
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